Todos hemos
pasado por una desilusión, sabemos lo que significa desengañarse y sentirse
confundido. ¿Pero qué tal después? Tras el trago amargo viene la redefinición
de objetivos y una nueva perspectiva. Sobre la desilusión personal no es
necesario abundar más.
Me interesa describir
la desilusión individual que lleva a grandes procesos creativos y de revolución
del pensamiento. También quiero describir la desilusión colectiva que genera y
desemboca en cambios estructurales de la sociedad.
Hace días me
encontré con una definición muy interesante sobre la desilusión, pronunciada por Max Planck en su conferencia “La posición de la nueva física ante la
intuición mecánica de la naturaleza”, durante la Reunión de Científicos y
Médicos Alemanes de Königsberg en 1910. Planck expresó formidablemente la
relación entre la desilusión y el aprendizaje:
"También una desilusión, cuando es exhaustiva
y definitiva, significa un paso hacia adelante. Y el sacrificio al que va unida
la resignación, será compensado en abundancia con la obtención de los tesoros
del nuevo conocimiento”
En 1875 Max
Planck se graduó en matemáticas y física en la Universidad de Múnich. Cuando externó
el deseo de continuar sus estudios en el área de la física teórica, su profesor
Philipp von Jolly le aconsejó dedicarse a ota cosa, pues los avances logrados
en la termodinámica, la mecánica y la electrodinámica convertían a la física en
una ciencia madura. Von Jolly y sus colegas consideraban que hacía falta definir
uno que otro concepto y comprobar una que otra teoría para considerar a la
física en la cúspide de su desarrollo.
Max Planck ignoró
la recomendación del físico experimental, se fue a Berlin y desarrolló sus
estudios teóricos para revolucionar después a la física clásica y recibir en
1918 el Premio Nobel por sus aportaciones.
Sin embargo,
Planck vivió un intensa lucha personal que confrontó sus conocimientos de la
física clásica y sus creencias religiosas con los resultados de sus descubrimientos
científicos. En 1910 Planck describió su conflicto personal en una carta:
“Sintetizado, puedo calificar todo el hecho
como un acto de desesperación. Soy pacífico por naturaleza y evito las
aventuras inquietantes, pero desde hace seis años me he debatido con el
problema del equilibrio entre radiación y materia sin encontrar un resultado. Yo
sabía que era un problema fundamental para la física y conocía la fórmula que
expresa la distribución de la energía en el espectro normal; entonces debía encontrarse
una percepción teórica a cualquier precio, aunque éste fuera muy alto. La
física clásica no alcanza para eso, de eso ya me dí cuenta.”
Al recibir el
Premio Nobel, Planck enfatizó el valor de sus aportaciones científicas, pero nunca
pudo decidirse por uno de los dos teoremas principales de la termodinámica:
“... la constante cuántica tuvo que jugar un
papel fundamental en la física, en ese entonces se presentó algo muy nuevo para
mí, hasta entonces inaudito, que parecía estar llamado a rediseñar nuestra
forma de pensar la física, la cual, desde la fundación del cálculo
infinitesimal de Leibniz y Newton se sostenía en la suposición de continuidad de
todas las relaciones causales.”
Con la desilusión
de Planck quiero destacar el aspecto positivo de las grandes decepciones. La
desilusión nos permite abandonar una ilusión creada con anterioridad,
liberarnos de una imagen falsa que teníamos de alguien, o una interpretación
errónea que hicimos de algo. De esa experiencia resulta siempre un conocimiento
nuevo.
Generalmente
relacionamos a la desilusión con tristeza, frustración o resignación, pues significa la destrucción de espectativas, esperanzas
o percepciones. Ilusionados, privilegiamos la fantasia y la imaginación, nos
engañamos a nosotros mismos.
A nivel
colectivo, también nos creamos ilusiones respecto a ideas políticas, tendencias
económicas o creencias religiosas. Las posibilidades de desilusionarnos aumentan
cuando nos hacemos preguntas y buscamos respuestas. Es decir, cuando ponemos en
tela de juicio las verdades absolutas y las creencias heredadas. No cualquiera
se aventura a confrontar ésto con la diversidad de posiciones e ideas opuestas.
Retomo mi
pregunta inicial: ¿Y ahora qué hacemos con nuestra desilusión? Me refiero
concretamente a la desilusión colectiva que compartimos los mexicanos. A lo
largo del siglo XX, a la sombra del partido único en el poder y después, con la
experiencia de dos sexenios panistas en el siglo XXI, la decepción colectiva ante
el Estado, los políticos y las instituciones de gobierno es más que evidente.
Así, la amenaza
del regreso del PRI al poder responde a la desilusión colectiva de un amplio sector de la población durante dos sexenios panistas. Mientras que otra mayoría desilusionada apuesta por la
opción de la izquierda. Asimismo, la mediocre constelación de los
cuatro candidatos para 2012, refleja la profunda decepción hacia la figura
presidencial.
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"¿Por cuál candidato
presidencial votar ahora? ¡Decídete por el menos peor!"
Francisco Javier Lagunes Gaitán (fb) | | |
¿Por qué hablo de
desilusión colectiva? Nadie puede negar la decepción generalizada y sus
expresiones más evidentes en el miedo, la desconfianza, el abuso de autoridad,
la impunidad, la corrupción, la indiferencia, pero también en la rebeldía
inteligente de los estudiantes de la Universidad Iberoamericana y en el
activismo espontáneo de los jóvenes que conforman el movimiento“Yo soy +132”.
Hace ya varias
semanas que empecé a considerar la desilusión como un importante fenómeno
colectivo en el México del siglo XXI. Y es que el concepto desilusión es un nuevo
enfoque empleado por los historiadores, para entender desde otro punto de
vista, los acontecimientos que implican el desmantelamiento colectivo de las
espectativas sociales, generadas en momentos específicos de cambio. Un momento
como en el que protagoniza México actualmente.
La desilusión es una
característica de las sociedades modernas, cuando a partir del siglo XVI
entraron a escena nuevos actores políticos y sociales y se diversificó su espectro de intereses, ampliando las espectativas
de participación e igualdad.
Un ejemplo histórico de la
desilusión colectiva es la Ilustración, pues destruyó a gran escala, las ilusiones que la humanidad tenía sobre sí
misma, sobre el mundo y sobre Dios. Y todos conocemos los aspectos positivos y
multiplicadores de la Ilustración.
Sin embargo, la desilusión alemana
tras la derrota en la Primera Guerra Munidal, desembocó en el proceso de descontento y radicalización,
que llevó en 1933 al Partido Nacionalsocialista al poder.
Otra condición para experimentar
la desilusión colectiva es la creación de grandes espectativas tras un cambio
estructural. Por ejemplo, los movimientos de descolonización en África en las
décadas de1960 y 1970, que desembocaron en dictaduras y guerras civiles.
La caída del Muro de Berlín en
1989 también generó epectativas que no se han concretado. Un fenómeno cultural
surgido de la desilusión es la Ostalgie, la nostalgia por el Este
comunista y el olvido selectivo de sus aspectos más negativos, sobre todo en
materia de derechos humanos.
En las elecciones del 24 de
junio, el pueblo egipcio eligió por primera vez a un presidente de manera
democrática. Y votó también por el menos peor, es decir, tuvo que decidirse
entre el candidato de los militares o el candidato de los islamistas. El gran reto ahora, es concretar las
grandes espectativas creadas durante la Revolución Árabe. La experiencia de la desilusión colectiva logró
liberarse de un dictador y el yugo militar, es de esperarse que la sociedad
egipcia sepa exigir al nuevo gobierno un cambio verdadero.
¿Y qué haremos los mexicanos con
nuestra desilusión? Compartimos el descontento por la desigualdad, la violencia y la disminución de
la calidad de vida. Existe un convencimiento colectivo de que las perspectivas no
son favorables y de que el cambio es necesario. Por eso México votará por el
candidato menos malo. Sin embargo, la diversidad de intereses y de niveles de
información de los distintos sectores sociales, dificultan un cambio que llegue
a satisfacer las espectativas de las mayorías.
El resultado de las elecciones de
julio no se traducirá en un cambio inmediato que erradique la corrupción y el desprecio por la educación
y la investigación científica, por ejemplo. Los ejemplos históricos de las
experiencias de desilusión colectiva que describí anteriormente muestran ante
todo, que se trata de procesos que abarcar largos periodos de tiempo y exigen un esfuerzo que va más allá del ejercicio del voto.
La sabiduría popular dice que la esperanza muere al
último. ¡Pero también muere! Por su parte, Gabriel Zaid es más optimista. “Se comprende el pesimismo de los que
sienten (como en el antiguo régimen) que no estamos preparados para la
democracia; y que es mejor la presidencia absoluta. Pero no hay que ser tan
pesimistas, ni olvidar las barbaridades de la presidencia absoluta. La
democracia se hace lentamente y desde abajo, fuera de los partidos y fuera del
Estado, construyendo una vida pública más autónoma y, en particular, organismos
ciudadanos que obliguen a funcionar debidamente esta y aquella ventanilla, por
lo pronto. La sociedad mexicana avanza desde hace décadas, y ahora lleva a
rastras una clase política que estrena su libertad del yugo presidencial, la
disfruta ampliamente y busca su interés antes que el interés público.”
Yo no espero grandes sorpresas.
Insisto, la desilusión colectiva vota por el candidato menos malo. Los resultados
tras las elecciones pueden desembocar en la resignación, la frustración,
la radicalización o bien, la negociación
de las espectativas acumuladas. De cualquier modo, estamos por iniciar un nuevo
gran proceso de aprendizaje. Y eso, es lo más importante.