lunes, 22 de agosto de 2011

¿Inhumanos y locos? El placer de matar


Los blogs Libre Pensar y La Ciencia por Gusto abordaron ejemplarmente el caso de los its. El hecho de mandar bombas a científicos mexicanos se relaciona indudablemente con la masacre del noruego Breivik y el plan del mexicano católico en Madrid para matar manifestantes críticos y plurales.

Varios comentaristas en los blogs tachan a dichos individuos de inhumanos y locos. No son inhumanos, pues Breivik & Co. ejercen como humanos, un poder absoluto sobre la vida. Cuando deciden aniquilar y destruir, pierden de vista la categoría humana de sus víctimas y las ven como objetos, necesarios solamente para conseguir sus objetivos. Tampoco son locos que tienen alucinaciones y escuchan voces que los obligan a matar. El católico mexicano de Madrid podría asistir a la misa dominical, mientras que durante la semana se dedicaba a robar sustancias químicas, a publicar su odio en internet, a reclutar ayudantes y a planear su atentado.

Los psiquiatras forenses coinciden en que éste tipo de personas se creen poseedoras de la idea de justicia verdadera, piensan que son los únicos capaces de distinguir entre lo bueno y malo. Generalmente sienten que la sociedad tiene algo en contra de ellos (se sienten aguijoneados) permanentemente, amenazados por todos aquellos que piensan y viven diferente. Para ellos, son los otros los que cometen errores y los que actúan mal, ya sea que critiquen a la iglesia, que hagan ciencia y tecnología o que promuevan la democracia.

El neuropsicólogo alemán Thomas Elbert dirige el proyecto de investigación “Psicobiología de la violencia humana y la disposición para matar” en la Universidad de Constanza en Alemania. Elbert estudia el origen de la propensión hacia la violencia, particularmente en sujetos masculinos juveniles. Una parte de sus investigaciones se concentra en el estudio psicobiológico de los distintos estadios de evolución del ser humano. La otra parte, en estudios de laboratorio para identificar cuáles son los centros cerebrales responsables de regular el apetito o el placer hacia la agresión y la violencia.

Por ello es claro que no podemos conformarnos con llamar ni desalmados, ni inhumanos, ni enfermos, ni locos, a Breivik & Co. Los adjetivos de tipo moral no ayudan mucho a la hora de impartir la justicia, pues al llamarlos locos, monstruos o bestias, se minimiza automáticamente la responsabilidad de sus actos. Con ello se asume que no gozan de sus facultades mentales enteramente. Es decir, que jurídicamente no serían culpables al no ser responsables de sus actos. ¡Pero lo son!

La violencia es un aspecto natural de la especie humana y ha existido desde siempre. De acuerdo a la hipótesis de Thomas Elbert, el instinto cazador de nuestros antepasados surgió hace cerca dos millones de años, cuando los homínidos empezaron a matar para proveerse de carne como parte de su dieta. En ese entonces debieron unirse en el cerebro, los centros del placer y de la violencia. Sólo quien cazaba podía aspirar a asegurarse alimento y reproducirse. La desventaja del asunto, es que esos homínidos descubrieron, al mismo tiempo, placer al dirigir su instinto de cazador hacia sujetos de la misma especie.

Un aspecto que acostumbramos dejar de lado al condenar los actos de violencia, es el placer experimentado a la hora de matar y reconocerlo como una capacidad humana. A Thomas Elbert le interesa entender dónde se genera y cómo se controla el placer de matar. El ser humano, a diferencia de los animales cazadores, cuenta con un fuerte impulso cerebral de control. Por eso el acto de asesinar es un hecho más bien casual en la vida cotidiana.

Elbert busca demostrar que la violencia responde a un estímulo que puede ser sangre o dolor, y que cumple una función de recompensa. Se trataría de una disposición del sistema neurológico a la cacería, que puede entenderse como placer por matar. Su proyecto contempla experimentos neuropsicológicos en el laboratorio e investigación de campo en cárceles y regiones en conflicto por violencia instrumentalizada con fines étnicos, religiosos, ideológicos o políticos.

Visto de esa manera, podría esconderse un cazador en cada uno de nosotros. Pero la cuestión no es tan fácil. La disposición para desarrollar el placer de matar a uno o varios semejantes, depende de una amplia serie de factores entre los que se cuentan los de tipo ambiental y genético.